miércoles, julio 6

¿Será que el nombre es destino?

Soloella era una niña muy vivaracha, inquieta. La menor de una familia no muy numerosa, 4 hermanos y ella. En su escuela había compañeras que tenían hasta 10 hermanos, por eso decía que su familia era pequeña. Sentada en la puerta de su casa, una de esas tardes calurosas en las que todos los del pueblo salían a refrescarse a ver a los que pasaban, y contarse el último chisme que circulaba, ella disfrutaba la paleta de hielo que su abuelo le acaba de comprar.

Acababa Soloella de cumplir 5 años, pero sus padres habían hecho gestiones para que pudiera entrar a primero de primaria antes de tiempo. Le gustaba su escuela. Era un edificio blanco, grande, con amplios corredores y mucho patio para jugar, en donde había palmeras y columpios. Una construcción antigua, por supuesto que eso a Soloella no le importaba, solo la disfrutaba. Su madre le había escogido la única escuela pública para niñas que había en el pueblo. Comía paleta y recordaba su primer día de clases. Soloella, de la mano de su madre, entró a la Dirección Escolar, donde girando sobre sus piecitos vio muchos retratos colgados en tres de las paredes altas y blancas. ¿Quiénes serán estos señores?, se dijo. Después se enteraría que eran Presidentes de la República, Gobernadores y Presidentes Municipales los que adornaban esas paredes.

Una señora alta, delgada, con el cabello corto y blanco de canas, muy sonriente les dio la bienvenida. Su madre la conocía, era la Directora de su escuela primaria. Soloella se limpió cada uno de sus zapatos frotándolos en sus piernas. Los zapatos quedaron limpios, pero no así sus calcetas las que acabaron con una lista ancha de polvo y mugre. Sin embargo, Soloella continuó acicalándose para esa señora que acababa de conocer, y que a pesar de ser una autoridad en la escuela no le inspiraba ningún temor. Se acomodó los cabellos, alisó su vestido blanco lleno de encajes, que su madre había confeccionado para ella, y tomó muy fuerte entre sus manitas los cuadernos y lápices que llevaba para iniciar su aventura escolar.

Esa tarde de mucho calor, Soloella recordó también que al salir de clases, a las 12 del día, se fue con un grupo de niñas que vivían por su barrio. Podían caminar tranquilas, todos las conocían y cuidaban de ellas. Las conocían tanto que podía llegar a los abarrotes del camino a pedir fiado a nombre del abuelo, quien les concedía a sus nietos todos sus caprichos.

Al llegar a su casa, después de comer muy presta se dispuso a hacer sus tarea, ya que tenía que regresar a clases. No acostumbrada a los trabajos escolares, Soloella se acomodó en las sillas, debajo de la mesa en la que estaba escribiendo las primeras planas que le había dejado su maestra, y se quedó dormida. Fue la primera vez que Soloella, involuntariamente llegó tarde a su escuela. Despertó asustada, salió corriendo, ni siquiera le dijo a su padre que la llevara, al llegar no vio a la Directora sino a su maestra quien la recibió con un regaño y con un par de reglazos en sus piernitas, ahí se dio cuenta que sus calcetas habían quedado sucias esa mañana, cuando quiso quedar bien con la Directora. Sus padres y hermanos no se percataron ni de su sueño, ni de su castigo. Siempre pensó que se lo merecía por haberse quedado dormida.

Al recordar su primer día de clases, le rodó una lágrima por su mejilla y se dijo así misma: Me dolió más que mi mamá y mi papá no se dieran cuenta que llegue tarde a la escuela que los reglazos que me dió mi maestra.

Terminándose su paleta, se decía: Ojalá me hubiera tocado de maestra la señora del cabello blanco, yo creo que ella no me hubiera pegado. Se veía más buena. Pobrecitos los hijos de mi maestra, les han de pegar mucho.

Continuaba Soloella con sus reflexiones y de repente se dijo: ¿Platicarán todos con ellos mismos, como platico yo conmigo? ¿La maestra enojona, la Directora de los cabellos blancos, mi abuelito, mis amigas, se platicarán sus cosas? Yo creo que no. Yo soy diferente y por eso estoy platicando conmigo. Yo creo que por eso me pusieron Soloella. Por que platico con solo ella, o sea conmigo.

Soloella se daría cuenta con el tiempo que lo que acababa de descubrir en ese momento era su capacidad para pensar y que esa capacidad, aunque no parecía, la tienen todos los humanos. Sin embargo seguía convencida de lo especial que era ella, igual que su nombre: SOLOELLA