sábado, julio 16

La suficiencia de Katia

Katia ha estado conmigo desde siempre, es una gran amiga, compañera, hermana, madre, hija, ella desarrollaba siempre el papel necesario para que yo me sintiera bien. Podría decirte que desde que tengo uso de razón ha estado a mi lado. Fue mi compañera cuando jugué con la primera Barbie que me trajo Santa Claus, la última navidad que creí en él. Siempre formábamos parte del mismo equipo de base ball del barrio, cuando junto con mis hermanos, primos y primas nos instalábamos en el patio de la abuela con la única finalidad de tumbar los mangos verdes de los árboles. Nunca entendimos los nietos porque la abuela no nos dejaba cortar los mangos antes de que maduraran, si a nosotros nos gustaba comerlos verdes con limón y chile, aunque al rato nos retorciéramos del dolor de estómago. Pero así era la abuela, necia como ella sola. Y creo que así salimos muchos de sus nietos: necios, como nosotros solos.

Éramos un grupo grande de chamacos que se la pasaban dando lata a los adultos, jugando a la pelota, a los hoyitos con canicas, que yo siempre perdía a manos de mis dos hermanos mayores, mi hermana era la más ducha para quitarnos las canicas, incluso más que el vago de mi hermano. Nuestro parque era la calle y nuestro estadio de base ball el patio de la abuela. Y Katia siempre conmigo.

Fuimos juntas a la escuela, a la misma primaria, la misma secundaria y la misma preparatoria… Hicimos planes de irnos a estudiar juntas la Universidad, no podíamos separarnos, éramos muy unidas.

Estando en la Universidad, de repente nuestras vidas se separaron. Cada quien tomó un rumbo diferente. Yo me convertí en una esposa y madre joven. Ella por su parte seguía creciendo, se seguía fortaleciendo como mujer. No supe de ella por mucho tiempo.

Pasaron lo años y un buen día me la encontré de nuevo en el consultorio de mi doctor. Me dio mucho gusto verla. Platicar con Katia sobre nuestra infancia y adolescencia era como recuperarme a mi misma. Teníamos un pasado común que yo ya había olvidado.

Katia siempre fue una mujer muy emprendedora. Todo lo que se proponía lo lograba. Exitosa en su trabajo, siempre alegre, rodeada de gente que la quería. Sin embargo, la inteligencia y la fortaleza de mi amiga fue su principal enemigo para poder encontrar un hombre que quisiera estar con ella. Por supuesto que tenía pretendientes, sin embargo sus principales virtudes se convirtieron en sus principales amenazas para cristalizar una relación. Los hombres, en general, le huyen a las mujeres inteligentes y fuertes, dice ella.

El día de hoy se han cambiado los papeles, ahora soy yo el apoyo para mi amiga. Katia está pasando por una etapa muy difícil. Encontró al hombre perfecto. Inteligente, culto, caballero, tierno, cariñoso, educado, simpático, buen mozo, cálido, con buen humor, paciente, respetuoso, etc., etc. Puedo llenar la página con los atributos, que Katia dice que tiene su amor. Sin embargo, tiene un defecto, y parece que ese si es el peor de todos los defectos que pueda tener un hombre. Tiene esposa, me dijo. Ese es el único defecto que no le perdono a ningún hombre, y sobre todo porque ya estoy en proceso de regeneración, me dijo sarcástica.

Creo que no sólo necesito una relación en la que los dos nos demos todo, sino que además me lo merezco, susurró a punto de romper en llanto. ¿Qué pasa conmigo? Me dijo al momento que la primera lágrima rodó por su mejilla, ¿qué pasa conmigo que no les soy suficiente a los hombres para que se queden conmigo? Yo solo le contesté: Eres demasiado suficiente, amiga. Ese es tu problema.

Katia volteó a verme, sonrió y se limpió su lágrima. ¿Será que necesito convertirme en una ama de casa común para que cuando se enamoren de mí, se queden conmigo? No lo sé Katia, eso sólo lo pueden responder ellos, le dije.